La Fontana de Trevi es una fuente tan bella como romántica, así como un lugar imprescindible de ver y disfrutar en Roma.
Fontana de Trevi
Realizada a finales del siglo XVIII, este proyecto fue encargado a Nicola Salvi bajo el pontificado de Clemente XII, tras un concurso abierto. Fue finalizada en 1762 por Giusepppe Paninni. Se encuentra en la confluencia de tres calles del centro de Roma, y suele estar abarrotada de turistas, que admiran su imponente belleza.
En ella finaliza el antiguo acueducto de Aqua Virgo, que abastecía de agua a la ciudad y a los baños de Agripa. Cuenta la leyenda, que una joven virgen, fue la que encontró el manantial de agua pura, desde el cual se trazo dicho acueducto camino de Roma y de la fontana.
En su parte trasera se halla la fachada del Palacio Poli, que consta de dos plantas y grandes pilastras de estilo corintio en el centro. Se hallan en unos nichos las esculturas de la abundancia a la izquierda, y de la salud a la derecha, además de un arco del triunfo en la zona central, con Océano y unos pequeños bajorrelieves romanos.
Ya en la propia Fontana de Trevi, encontramos dominando la misma a Neptuno, con los tritones que tiran de su carro y a su vez intentan domar a los hipocampos o caballitos de mar. La escena evoca la acción de domar las aguas, y el conjunto goza de un excelente equilibrio simétrico.
Popularmente se ha dicho que el viajero que lanza una moneda a la Fontana de Trevi, se asegura así el regresar a Roma, la ciudad eterna.
La tradición desde hace años alimenta que quien desea regresar a Roma debe lanzar una moneda a la fontana, con la mano derecha sobre el hombre izquierdo, colocándose de espaldas ésta. Si lo que queremos es enamorar a una bella romana o romano, se tienen que lanzar dos monedas, y si se lanza una tercera uno logrará casarse con esa persona en la mismísima Ciudad Eterna.
Su gran belleza y halo de romanticismo que desprende irremediablemente, hacen de ella que haya sido un icono romántico, tanto para los turistas como para el mundo del cine, como por ejemplo en la inolvidable escena de Anita Ekberg en “la dolce vita”.